*En el siglo XVI, el pueblo fue incorporado a la estructura colonial, y en su territorio se edificó un templo dedicado a San José, cuyo nombre y advocación persisten hasta la fecha
Beto Pérez
Tlaxcala, Tlax. – La primera versión de este templo, fundado por los frailes franciscanos que llegaron a evangelizar la región, era una estructura sencilla, sin los ornamentos que caracterizan a muchas iglesias coloniales.
Con el paso del tiempo y el crecimiento de la población, la iglesia fue transformándose. A medida que los tlaxcaltecas adoptaban la nueva fe, también lo hacían los métodos de construcción y el estilo arquitectónico que los frailes les enseñaban.
La Iglesia de Tizatlán, construida sobre las ruinas de un antiguo templo indígena, tiene una historia que refleja la adaptación de las creencias prehispánicas al catolicismo.
La fachada principal del edificio es un claro ejemplo del barroco tlaxcalteca, con detalles escultóricos que representan a varios santos y escenas bíblicas. Sin embargo, también pueden apreciarse algunas figuras que parecen estar influenciadas por los elementos prehispánicos, como el uso de ciertos motivos geométricos y formas que remiten a la cosmovisión de los pueblos originarios.
Los frescos que adornan las paredes de la iglesia son otro testimonio de la época colonial. En sus tonos dorados y colores brillantes, los frescos representan escenas de la vida de San José, la Virgen María y otros santos. Además, hay elementos que parecen invocar a los antiguos dioses tlaxcaltecas, en una representación simbólica de la transición cultural que vivió el pueblo de Tizatlán.
En la tradición local, San José no solo es considerado el protector de las familias, sino también el guardián de los hogares y las tierras. Esta relación simbólica con la figura de San José tiene sus raíces en las creencias ancestrales de los pueblos indígenas, quienes veneraban a sus propios dioses protectores del hogar y la tierra.
Para el señor Fortino Sánchez Padilla, su portero mayor, cada elemento del recinto vibra con lo más profundo de su memoria.
Él sabe que cada día a las seis de la mañana tiene que estar presente para dar la oración y entre otras cosas, abre las llaves del monumento para las festividades comunitarias. Ama su trabajo porque la fe lo mantiene día a día unido a sus vecinos y a las cofradías de La Virgen de Guadalupe y el Carmen, donde ha sido testigo de cómo la comunidad hace que el espacio espiritual viva en el corazón de quien lo visita.
Aquí cada año se cambia la fiscalía. La voluntad del pueblo unido, en este pequeño ejercicio democrático, tiene como objetivo hacer entender que cada uno es necesitado por el otro. Una raíz profunda difícil de arrancar cuando es la esperanza movida por el cariño y solidaridad de cada persona en el pueblo.